El Liderazgo de Mañana

Hace unos días me encontré con un amigo de infancia a quien no veía desde hacía muchos años. Ambos pedimos un capuccino con un croissant de almendras en un elegante café, y nos reímos comparando estas sofisticaciones con las onces de antaño en la casa de mis padres, en las que este amigo nos acompañó varias veces a mí y a mis hermanos a comer pan con palta y kuchen de manzana. Nos acordamos que mi madre me ordenaba ponerle mantequilla al pan de mis hermanos y de las visitas masculinas. Teníamos una especie de ritual diario: Yo me negaba y mi madre se enojaba.

En algún momento de la conversación, mi amigo me hizo una pregunta:

-¿A qué te dedicas en estos días?

– A conversar con grupos de mujeres y con personas para fortalecer el liderazgo femen….

– ¡No me digas que andas metida con esas feministas…! me interrumpió mi amigo alzando la voz.

Quedé sorprendida de su reacción a mis palabras y dudé sobre si responderle o callarme.

Opté por lo segundo para esperar a que mi amigo se calmara, y luego le dije en voz baja que no, que no soy feminista de ésas que provocan esa reacción. Que no me interesa en absoluto la lucha de género, si es que ésta existe todavía; que lo que me interesa es llegar a una armonía y a la posibilidad de utilizar plenamente los talentos de todos los seres humanos para que mujeres y hombres nos complementemos; para que logremos crear un mundo mejor con el compromiso y la responsabilidad de todos; para que podamos reconocer nuestras semejanzas, diferencias y potencial, al igual que hacen las empresas que se globalizan y que tienen que adaptarse a convivir con culturas diversas.

Mi amigo hizo un gesto afirmativo, sin hablar, y luego prosiguió a contarme en qué estaba él. El liderazgo femenino quedó allí, abandonado en la mesa.

En esta columna retomo el tema. Lo hago porque estoy convencida de que, a pesar de los avances de género que hemos notado sobretodo en el siglo veintiuno, queda mucho por hacer. Se requiere una transformación cultural que vaya más allá de leyes de cuotas mínimas para mujeres en diversos sectores y actividades, y de organizaciones conformadas por mujeres que defienden sus derechos. Llegará el día en que hombres y mujeres reconoceremos nuestras semejanzas y diferencias. Distinguiremos las fortalezas de unos y otras, y aprenderemos a usarlas para nuestro propio beneficio, el de nuestras parejas y el de nuestras familias. Cada uno aprenderá el lenguaje de la otra, tal como hoy en día tantas personas de negocios en occidente aprenden el idioma chino para lograr una mejor comunicación y alcanzar mejores relaciones comerciales con los chinos.

Hay quienes sostienen que el principio de igualdad entre mujeres y hombres resolverá la brecha de la aún poca participación de mujeres en procesos de toma de decisiones. Tal vez ésa sea la manera de pensar del amigo con quien compartí un café. Yo pienso que es necesario elaborar este principio de igualdad. De hecho, en general, mujeres y hombres no nos comportamos de la misma manera, ni observamos el mundo de la misma manera, ni sentimos de la misma forma. No nos relacionamos con los demás de la misma manera ni compartimos, necesariamente, los mismos intereses. Esto es lo que yo he observado y otros han estudiado en el transcurso de la vida. Por esa razón, si se aplica el principio de que todos reciben el mismo trato en la oficina, yo me sentiré en desmedro de los hombres puesto que, por lo general, son hombres los que detentan el poder, al menos en el mundo público, y son ellos quienes crean las normas. ¿Cómo? Con sus conocimientos, con su forma de relación, con la importancia que ellos les dan a las personas en sus empresas. Los rasgos de gestión más típicamente femeninos no tienen aquí un lugar.

A mi juicio, las mujeres tendrán las mismas oportunidades que los hombres si en los procesos de definición estratégica, en los procedimientos formales que se generen y en las relaciones entre las personas que pertenecen a una organización están amalgamadas las formas de ser y las fortalezas propias de hombres y mujeres. No sirve que sólo se junten las mujeres para presentar sus demandas de género. Se requiere una síntesis de lo masculino y femenino, que potencie lo mejor de cada uno. Como dice la consultora de empresas y escritora Avivah Wittenberg-Cox, hombres y mujeres deberán ser bilingües en términos de género.

Hay mucho que aprender en este proceso. Yo participo en formar líderes femeninas capaces de comprender el lenguaje masculino y también su propio potencial. ¿Quieres colaborar a que los líderes masculinos conozcan el lenguaje femenino?

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